LA MUJER DEL DIABLO
La zona del mineral se encuentra al poniente de la población de Pinos, Zacatecas. Hasta allá siempre se dirigían a trabajar las cuadrillas de mineros. Para esos tiempos no había luz eléctrica, así que con una lamparita siempre iluminaban su camino.
Corría el año de mil novecientos veinte, la mayoría de la gente que vivía en el poblado se fue retirando, por la falta de trabajo. Pocos trabajaban en las minas, pues las empezaron a desmantelar y a unos cuantos mineros contrataban, justo los necesarios para tres turnos de la mina Cinco Estrellas.
Una noche, parecía común, sonó el ulular con tenebroso acento, anunciaba que una jornada había terminado y hacía el llamado al siguiente turno.
Era un fin de semana, la oscuridad y el frío congelante reinaba, en su mayoría los trabajadores se dirigieron a la cantina “El Piquete” era la que les quedaba a su paso; requerían un mezcalito para relajarse.
Dicha cantina se encontraba muy cercana al panteón, allá por dónde hoy están las bodegas del Coplamar.
Eran las doce de la noche cuando dos de los trabajadores, decidieron continuar su camino. Al salir escucharon música y se dijeron –Vayamos a divertirnos un poco, parece que la “Coyotina”, tiene fandango-.
En realidad la señora se llamaba Cayetana, pero así le solían decir, pues bien ella tenía su casa en una de las esquinas que llevan al cementerio, casi junto a la grandísima tienda que quedaba, justo al frente de dicho panteón.
Los hombres no iban tan borrachos como para no percibir de dónde llegaban las notas musicales. Al llegar, descubrieron que con la mencionada señora, todo permanecía en la oscuridad.
-Oye, nos equivocamos, no es aquí donde se escucha la música. Suena más fuerte a un lado de la capilla de los señores Muñoz, ahí junto al panteón, mejor ya vámonos-.
De pronto, unas manos heladas les tocaron, sintieron paralizarse. Luego la voz melosa de una mujer les dijo. ¿Que andan buscando?, no se dejen encantar por la música, si quieren bailar, háganlo conmigo. Muy asustados estaban y no articulaban palabra.
Para colmo, una estruendosa voz les dijo, órale, baile, bailen con mi mujer. Asustadísimos no distinguían ninguna figura.
Los pobres hombres parecía estaban jugando al congelado, ese juego que a los niños encantaba.
Querían correr, pero parecía tenían pies de plomo; los volvió a la realidad unos arañazos que les desgarraban la ropa y la piel. Cuando dieron el grito, causado por el dolor, reaccionaron y emprendieron la carrera, parecía que el diablo les persiguiera entre los matorrales. Por fin llegaron hasta la plaza principal del pueblo y ya pudieron hablar.
Al día siguiente, al conocer la historia, la familia los llevó hasta las afueras de la casa de Cayetana y ahí les dieron una barrida con pirul, los recostaron y señalaron con cal sus cuerpos, luego los arrastraron en un cuero de cochino, para quitarles el espanto, entre las risas de los que miraban. Los araños duraron varios días en cicatrizar.
Fotografía y texto original recibido el día 10 de octubre del 2020 a las 12:16Hrs.