Noemí Luna | Diputada Federal
El domingo se llevaron a cabo “elecciones” presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela.
Desde fuera vimos la esperanza del pueblo venezolano. La oposición estaba fortalecida en las figuras de María Corina Machado y el candidato presidencial, Edmundo González, que todo apuntaba, a como sucedió, él ganaría.
El día de la elección estaban convocados más de 20 millones de electores a las urnas. Inclusive medios de comunicación mostraron imágenes de cientos de personas que regresaban en lanchas o a pie a Venezuela, con el único propósito de sufragar para virar el rumbo del país.
Muchas fueron las expectativas generadas entre las y los venezolanos de lograr el cambio de régimen, luego de dos periodos del dictador Nicolás Maduro.
La esperanza pronto se diluyó.
El gobierno a toda costa impidió la entrada de la ciudadanía que estaba fuera de la nación, al cerrar los principales accesos. El sistema se cayó. Durante la jornada no se dieron resultados preliminares. Y la incertidumbre reinó en todo momento.
Por la noche, el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, bajo control gubernamental, emitió la indeseada noticia: se mantiene la dictadura. Supuestamente, el oficialismo recibió el 51% de la votación. La oposición desconoció esa cifra y anunció que Edmundo González obtuvo el 70%.
Al día siguiente el órgano electoral proclamó oficialmente presidente a Nicolás Maduro para iniciar su tercer mandato. Él entró al gobierno el 8 de marzo de 2013 y pretende quedarse hasta el 2031.
Inmediatamente la oposición rechazó los resultados electorales y el lunes el pueblo inició una jornada de protestas, en medio de un clima de tensión.
La gente salió masivamente a las calles para manifestar su rechazo, a través del llamado “Cacerolazo”. También quemaron carteles propagandísticos y derrumbaron al menos cinco estatuas del fenecido y también dictador, expresidente Hugo Chávez.
¿Cómo es posible que Maduro “ganara” si las encuestas de salida daban como triunfador al opositor Edmundo Rodríguez?
Igual que en México, el oficialismo ejecutó una elección de Estado. Los recursos públicos fueron para comprar conciencias y las que se revelaron, porque no tienen precio, fueron perseguidas. La oposición fue intimidada y minimizada. El gobierno amenaza con encarcelar a Machado y González.
El fraude fue tan burdo, que los países de América, como Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana y Uruguay exigieron a Maduro mostrar las actas electorales. La respuesta del autócrata por dudar de los resultados fue expulsar a los cuerpos diplomáticos.
A ese llamado de transparencia electoral también se sumaron Estados Unidos y Brasil; en tanto, México guarda un silencio cómplice.
La Organización de Estados Americanos (OEA) también exige claridad. Pero fue más allá al exigir que Maduro reconozca su derrota o que se realicen nuevas elecciones, debido a las múltiples irregularidades, puesto que las actas comiciales en poder de la oposición confirman el triunfo irrefutable de Edmundo González.
Maduro enfrenta una grave situación que podría desencadenar en una guerra civil. Seguramente no previó la gran inconformidad ciudadana. Con el fraude electoral ha puesto en su contra a los países de América, inclusive los que están gobernados por la izquierda, porque con su nefasta actuación contravino todos los principios en los que se sustenta la democracia.
También desde el Partido Acción Nacional (PAN) exigimos al Presidente Andrés Manuel López Obrador no acompañar el fraude electoral de Maduro y que México haga un llamado a que se respete la voluntad popular y la democracia se instale en Venezuela.